Es curioso cómo pasan los años y cómo cambian las
percepciones que tenemos de una persona. ¿Cómo se convierte alguien que para ti
pasaba desapercibido en una sorpresa y alguien con el que el corazón te
palpitaba a doscientos por hora en una persona inadvertida?
Por suerte o por desgracia hay cosas a las que no les
podemos dar una explicación. Tal vez con la excusa de evitar comernos la cabeza
más de lo que debiéramos.
Hasta en los cuentos de Charles Dickens aparecían los fantasmas
de las Navidades Pasadas.
En este caso, mi encuentro fortuito se produjo con
los fantasmas de mi adolescencia. No sabría explicaros en que cuento están
éstos reflejados. La adolescencia es una época de fuertes cambios y emociones
incontrolables, dónde una minuciosidad se convierte en algo inabarcable. Y con
los años te das cuenta de que hoy por hoy todo lo que te pasó entonces es una
tontería en comparación con tus problemas actuales. Y supongo, que la edad
ayudará a que los “problemas” de hoy sean algo insignificante en el futuro.
Pero todo a su tiempo, nadie aprende por cabeza ajena.
Pero todo a su tiempo, nadie aprende por cabeza ajena.
Cuando eres joven, los amores platónicos son algo totalmente normal. Estás en el colegio y
te gusta una persona mayor que tú aún sabiendo que nunca llegarás siquiera a
dirigirle la palabra. Pero pasan los años, y los dos o tres cursos que os separaban
apenas se aprecian. ¡Y cómo cambia todo! Comienzan las miradas, los saludos, la
primera conversación e incluso los acercamientos por parte de él. Días de
absoluta desconcentración en la biblioteca cuando está sentado cerca de ti y
percepción de voz temblorosa cuando hablas con él más de dos minutos.
Con el tiempo todo eso pasa a segundo plano y os encontráis
en el mismo nivel. Y ahora no sientes nada. Simplemente estás ante una persona
agradable con la que conversas alegremente y con la que siempre tendrás tema de
conversación porque compartís profesión. A veces pienso que fue casualidad que
siguiese sus pasos. Otras veces que el culpable fue el destino. Pero ni uno ni
otro harán que algo cotidiano se vuelva insólito.
De manera simultánea tenemos el caso contrario. Ese amigo
por el que no sientes la mínima atracción física aunque ya de por sí es
atrayente espiritualmente. Esa persona con la que nunca falta un tema de que hablar
y con la que las horas de conversación parecen minutos. Alguien el quién nunca
te fijarías. Al menos a priori.