¡BUENAS, BONITOS! Os invito a pasar por mi nueva página de facebook, a ver si os gusta. Empiezo una nueva etapa en mi vida, en forma de "blog" y quiero contar con vosotros. ¿OS PASÁIS?Prometos post desde el corazón y los más perfectos posibles. Me haríais muy feliz. "La Chica de los Besos Prohibidos" https://www.facebook.com/La-Chica-de-los-Besos-Prohibidos-1733254410227258/?fref=ts
Pronto tendremos el sitio web. ¡Estoy deseando!
El beso que nunca nos dimos
"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada". Gustavo Adolfo Bécquer. Porque aún quedan personas que besan con la mirada...
miércoles, 18 de noviembre de 2015
viernes, 23 de octubre de 2015
EL PRIMER BESO
Siempre se escucha que el primer beso es un desastre, algo que no te esperas y ante el que no sabes reaccionar. ¿Os creeríais si os contara que mi primer beso pudo haber sido en un lugar idílico bajo la luz de las estrellas haciéndole sombra a la luna y no lo fue? Pasó en un lugar menos bucólico, y si, fue un verdadero desastre.
Pero por ahí no van los tiros. Hacía tiempo que no conocía una persona como él. No fue un flechazo. No fue amor a primera vista, más bien odio a primera vista. Era alguien que quería lejos de mi desde el minuto uno, pero a la vez tan cerca... ¿Cómo podía ser posible aquella antítesis?
Por suerte el "odio" desapareció a las 24 h cuando no si por puro palabrerío o no, me dijo: "Te voy a cuidar." Nunca me habían dicho esas palabras de protección y el dolor de estómago que tenía desapareció de golpe. Solo podía escuchar lo que él me decía y nada más a nuestro alrededor. Los días pasaban y el contacto se hacía más y más evidente. Necesitaba sus abrazos, su caricias, y hasta sus besos. Pero algo no me convencía. Ese palabrerío extremo me desconcertaba. No me creía absolutamente nada de lo que me decía. Ni siquiera el "Me encantas". Nunca antes lo escuché. Quizá esa fue su carta maestra. Quizás eso fue lo que hizo que me fijara en él.
Pero ocurría algo más. El me repetía cada día que quería besarme y yo no sabía por dónde empezar. Es cierto que hubieron oportunidades, pero allí, en aquél lugar demasiado perfecto no quería que pasara. Me sentía indefensa en aquél país lejos de casa, poco preparada, cercada, cómo si no tuviera sitio por dónde escapar si la cosa no salía demasiado bien. Así que esperé a volver a Madrid. Y una vez allí, en medio de la Gran Vía, pasó. Olvidé los cientos de coches que circulaban a derecha e izquierda, las luces, la gente, todo. Me dejé llevar. Pero aún a día de hoy trato de expresarle lo que realmente siento por él. Se me hace difícil, Nunca antes he exteriorizado mis sentimientos. Pero no quiero que huya y me vuelvan a dejar con el corazón roto como la última vez. Quiero decirle que me encanta, que es la persona que más me ha echo sentir en tan poco tiempo. Quiero decirle que me encantan sus ojos de aspecto triste y sus largas pestañas. Me encanta que me bese cuando menos me lo espere y esa pasión que hace que tenga infinitas ganas de abrazarlo.
Pero ¿para cuándo? ¿cuándo lograré decirle lo que siento?
Espero que no sea demasiado tarde cuando lo haga.
jueves, 28 de mayo de 2015
¿QUIÉN NO CREE EN LOS AMORES PLATÓNICOS?
Que incongruencia. Me hallo en un lugar, del sur de España a 40ºC, sin poder salir a la calle sin que el calor me azote como si se tratase de un contrincante en un ring de boxeo, escuchando música y escribiendo. Una música que me conmueve, transportándome a un lugar frío, un lago en mitad de dos impresionantes fiordos por los que descienden siete cascadas, las llaman "Los siete hermanos".
Si me dijeran en este momento que tengo un avión preparado en la azotea de mi edificio para viajar allí, no lo pensaría dos veces. ¿Quién me puede teletransportar en medio de esta ola de sofocante calor y desgana? ¿Quién puede hacer que me sienta cerca de aquel lago, junto a un enorme barco, responsable de que haya llegado allí, en medio de la nada?
Él.
Siempre creí en los amores platónicos. Siempre fueron los que me hicieron sentir más. No me refiero a idealizar a una persona hasta el punto de enamorarte. Me refiero a la conexión. La conexión con alguien que no conoces pero te gustaría hacerlo porque es posible que tengáis más cosas en común que una simple hora de ocio a la semana dónde uno dispone y el otro acata.
Las miradas siempre fueron mi conexión favorita. Y la segunda la música. Son dos cosas que pueden hacer sentir tanto...
La primera vez que coincidimos sonaba "Seré sin que sepas de mi", una maravilla de canción del gran Manolo García. Me traía muchos recuerdos, buenos y malos. Corazones rotos en noches de verano consecuencia de amores reales...Puede ser que esa sea la razón por la que a día de hoy me decanto por los amores platónicos. Pero mi percepción de la canción cambió cuando la escuché allí, contigo. Y la segunda vez, no se si fue casualidad o no, sonaba un grupo no muy conocido cuya música solo aprecian los verdaderos amantes de las melodías secretas: "The secret Garden".
¿Y tu? ¿Cómo tú, una persona que ni siquiera conozco, con la que no he hablado, con la que sólo intercambio tímidas miradas y un gusto similar por la música puede hacer sentir tanto a alguien? Esa es la magia de la música y de las miradas. Pueden decir cosas que no te atreverías a decir con palabras. Esos momentos en los que un físico pasa a ser tan intrascendente, que sonrío para mi misma y digo: conectamos con más gente de la que nos creemos. Por una cosa o por otra, los desconocidos a veces son a los que más conocemos, y los que no pueden hacernos daño al encontrarse al otro lado de la barrera.
Iría a preguntarte algo insignificante alguna vez, pero ¿para qué? Quizás solo deberíamos seguir comunicándonos como hasta ahora. Arriesgar en conversaciones con desconocidos nunca ha sido mi fuerte. Pero quizás por ti merezca la pena.
lunes, 26 de enero de 2015
AHORA SI
Tras un tiempo largo de desapetencia, en que quería dedicarme a mi misma y no vivir pendiente de nada más, algo ha cambiado. Ahora sí me apetece compartir mi tiempo con alguien de manera desinteresada. Tengo ganas de reír, divertirme, seducir... amar. Mi corazón ya tuvo el respiro que necesitaba cuando rompieron una pequeña parte de él. Pero es cierto, todo se recupera con el tiempo. Todo. El tiempo es el gran amigo de las relaciones olvidadas. Quizás, como oí alguna vez, todo viejo amor es un recuerdo agradable hasta que interviene la persona que lo inspiró... pero una vez que el tiempo ha hecho su aparición estelar, esa persona ya no traspasa la barrera.
Así que ya es el momento. Olvidada dejo una lista de requisitos para poder pasar a formar parte de mis sentimientos. Solo pido que aparezca una persona que sepa hacerme feliz. No me importa el físico o la forma en que lo haga. Contando anécdotas, viendo películas en una manta en el sofá, haciendo deporte, paseando por la playa, cantando, bailando... Nada importa. Solo me importas tú. Se que estás ahí. ¿Vienes? ¡Te espero, lo prometo!
martes, 23 de diciembre de 2014
FANTASMAS DEL PASADO
Es curioso cómo pasan los años y cómo cambian las
percepciones que tenemos de una persona. ¿Cómo se convierte alguien que para ti
pasaba desapercibido en una sorpresa y alguien con el que el corazón te
palpitaba a doscientos por hora en una persona inadvertida?
Por suerte o por desgracia hay cosas a las que no les
podemos dar una explicación. Tal vez con la excusa de evitar comernos la cabeza
más de lo que debiéramos.
Hasta en los cuentos de Charles Dickens aparecían los fantasmas
de las Navidades Pasadas.
En este caso, mi encuentro fortuito se produjo con
los fantasmas de mi adolescencia. No sabría explicaros en que cuento están
éstos reflejados. La adolescencia es una época de fuertes cambios y emociones
incontrolables, dónde una minuciosidad se convierte en algo inabarcable. Y con
los años te das cuenta de que hoy por hoy todo lo que te pasó entonces es una
tontería en comparación con tus problemas actuales. Y supongo, que la edad
ayudará a que los “problemas” de hoy sean algo insignificante en el futuro.
Pero todo a su tiempo, nadie aprende por cabeza ajena.
Pero todo a su tiempo, nadie aprende por cabeza ajena.
Cuando eres joven, los amores platónicos son algo totalmente normal. Estás en el colegio y
te gusta una persona mayor que tú aún sabiendo que nunca llegarás siquiera a
dirigirle la palabra. Pero pasan los años, y los dos o tres cursos que os separaban
apenas se aprecian. ¡Y cómo cambia todo! Comienzan las miradas, los saludos, la
primera conversación e incluso los acercamientos por parte de él. Días de
absoluta desconcentración en la biblioteca cuando está sentado cerca de ti y
percepción de voz temblorosa cuando hablas con él más de dos minutos.
Con el tiempo todo eso pasa a segundo plano y os encontráis
en el mismo nivel. Y ahora no sientes nada. Simplemente estás ante una persona
agradable con la que conversas alegremente y con la que siempre tendrás tema de
conversación porque compartís profesión. A veces pienso que fue casualidad que
siguiese sus pasos. Otras veces que el culpable fue el destino. Pero ni uno ni
otro harán que algo cotidiano se vuelva insólito.
De manera simultánea tenemos el caso contrario. Ese amigo
por el que no sientes la mínima atracción física aunque ya de por sí es
atrayente espiritualmente. Esa persona con la que nunca falta un tema de que hablar
y con la que las horas de conversación parecen minutos. Alguien el quién nunca
te fijarías. Al menos a priori.
miércoles, 5 de noviembre de 2014
EL PRIMER BAILE
Siempre me ha gustado bailar.
Desde bien pequeña quise hacer ballet clásico, como la mayoría de las niñas,
supongo. Me hubiese encantado verme con un moño despeinado y un tutú rosa como
una princesita. Pero claro, como buena española, sustituí el nunca usado tutú
por una falda negra con vuelo, el maillot rosa por uno de color oscuro y los
zapatos de ballet que nunca tuve, por unos tacones de flamenca. Diez años
después, justo cuando llegó el día en el que teníamos que poner nombre a
nuestro “Cuadro Flamenco” abandoné aquella pasión por otra, esta vez,
profesional. Volví a retomarla al tiempo aunque solo durante un año, y sé que
algún día volveré, pues las tapas de mis últimos zapatos de tacón aún no están
lo suficientemente gastadas.
Dejando un lado aquella pasión,
siempre he bailado cuando se me ha dado la oportunidad: en discotecas, en
fiestas, en la verbena de fin de curso, e incluso delante de mi familia en los
malos momentos para que rieran sin parar. Y mi hermana, por supuesto, siempre
ha sido mi compañera de vida en esto y en todo. Sin duda mi coreografía
favorita es la que bailoteo en casa sin que nadie me vea. Subo la música a
volumen máximo por unos minutos y recorro la estancia dando saltos sin parar.
Eso sí, hasta hace relativo poco
tiempo, he de decir que tenía un baile frustrado. Un baile que nunca llegué a
hacer por las consecuencias que acarreaba. Cuando eres joven, ves películas en las que el chico lleva a la chica de la mano al
baile de fin de curso. Pero en mi colegio, nunca hubo tal baile, y si lo
hubiera habido, no creo que me gustase ningún acompañante de mi clase. Siempre
me fijé en los chicos mayores, aquellos que estaban en cuarto de E.S.O. cuando
yo estaba en primero. Y hubiese sido muy improbable que un chico mayor hubiese
querido llevar al hipotético baile a una chiquilla sin parecer su hermana
pequeña. En esas edades los años se notan demasiado. Hoy por hoy, nada.
En las discotecas de antaño,
había una hora concreta, creo recordar que las doce de la noche, cuando la
música bailable paraba en seco y empezaba a sonar la música lenta. En ese
momento la gente comenzaba a dividirse en dos. Los que atacaban a la primera
presa que se pusiese en su camino con un baile lento mientras sobrevenía el forzoso e ineludible
beso, y los que salíamos fuera de aquél antro a que nos diese un poco el aire.
Nunca esperé a que nadie quisiese bailar conmigo. Cambiaba la música y me
escabullía entre las parejas. Así pasó el tiempo, y nunca tuve ese momento de
estar con alguien, cerca, hablando tranquilamente al son de la música sin que
un reglamentario beso hiciese su aparición en aquel instante y rompiese esa
magia creada entre dos personas, esa tensión que tanto me apasiona.
Pasaron los años, y en un
precioso e inolvidable viaje a bordo de un crucero que surcaba el Mar del Norte, conocí a alguien. No fue
una persona que llamase mi atención a primera vista, pero sí alguien con quien
podía comunicarme en mi mismo idioma, porque a pesar de ser italiano, hablaba
bastante bien español. Además si alguna palabra se le escapaba, la decía en su idioma, o buscábamos cómo
entendernos en inglés. En una semana, se creó una conexión extraña, nada que
ver con la que se establece cuando te gusta alguien, pero tampoco la que sueles
tener con un desconocido. A día de hoy no sabría cómo definirla.
Se celebraba en el barco una
fiesta llamada “La Bella Italia”, y los chicos que la organizaban nos
recibieron a mis amigas y a mí con una rosa roja hecha de papel y un beso en la
mejilla. Alguno se llevó más de un beso, aunque ninguno que sobrepasara la inocencia.
Hubo un momento en el que una melodía sensiblera comenzó a sonar en el gran
salón de espejos y suelo de parqué, y unas cuantas parejas salieron a la pista
a bailar. Algunos tenían experiencia de años, otros no tanto. La mayoría eran matrimonios
de gente mayor que revivían sus bailes de fin de curso con la misma pareja de
entonces.
Desde mi privilegiada situación
observé a aquellas personas meciéndose al son de la música rememorando años en
los que no quería que nadie me sacase a bailar. Ahora la cosa había cambiado. Deseaba con todas mis fuerzas que alguien me tendiese la mano y…
De repente, aquel joven con el
que había sentido la “extraña conexión” pareció leer mi mente desde el otro
lado de la pista de baile. Vino hacia mí, me sacó a bailar y me levanté sin
dudar. Me marcó los pasos los primeros cinco segundos, y el resto surgió solo.
¡Aquella bailarina frustrada había desaparecido!
Conversamos animadamente los
minutos que duró la canción de temas que ni siquiera me hubiera atrevido a
hablar con alguien a quién no conozco. Me contó una fatídica experiencia que le
ocurrió un año atrás, y dimos las gracias por estar allí en aquel momento,
bailando, aunque fuese la última noche que nos viésemos. Su templanza, su saber
estar, su elegancia, y su voz pausada con aquel acento italiano, hicieron del
“baile frustrado” el “baile ideal”, el mejor que podría haber soñado hasta el
momento.
La canción finalizó, nuestros
pies se pararon, me acompañó a mi asiento, besó mi mano y nos despedimos hasta
siempre. Diez años nos separaban, y aún así, se hubiese notado menos que el
rango de edad entre una niña, y un chico cuatro años mayor.
Las cosas a su tiempo. Incluso el
primer baile.
martes, 28 de octubre de 2014
ESPERANDO A MR. PERFECTO
Hoy, una vez más, me ha quedado
algo claro. La perfección no existe. Si pecas de ser perfeccionista, corres el
peligro de buscar la perfección en todos los aspectos de tu vida y no
encontrarla. En mi caso, antes solía serlo, y ahora quizás me he vuelto más
sensata. Aunque creas que el hombre o la mujer
perfectos existen, déjame decirte que no. Te puedes animar pensando que hay
alguien así para ti, aunque creo que te veras envuelto en un importante
embrollo.
Hace un tiempo ya, disfrutaba de
unos días en el campo con un grupo de amigos. En una enorme mesa, los veinte
que éramos cantábamos y bailábamos al son de la música en un hermoso y soleado
día. Todo trascurrió con serenidad desde el medio día hasta primera hora de la
tarde entre testimonios, café y bizcocho de naranja y chocolate.
Era un grupo estupendo, en el que
había gente con la que no había tenido la oportunidad de hablar en ocasiones
anteriores y dónde la conversación fluía animadamente. Una situación casi
perfecta que cambió a perfecta cuando apareció él. Llamémosle Danny. Siempre me
ha fascinado poner nombres en inglés a los personajes de mis historias.
Un coche desmedido apareció de
repente entre los frondosos árboles y se hizo un hueco en el llano.
Llevábamos
todo el día esperando al comensal número veintiuno, pareja desde hacía una década
de una de las chicas de la reunión. Ella era encantadora, y yo estaba segura de
que él no podía ser menos. Se abrió la puerta del
Mercedes-Benz azul eléctrico y bajó un hombre de casi dos metros de altura,
moreno, ojos negros penetrantes, tupé hacia atrás especialmente cuidado, de
excelente complexión e inmejorable estilo a la hora de vestir. No dejó
indiferente a ninguno de los presentes. Me recordó ligeramente a un joven John
Travolta en la película Grease, al bajarse de su coche ante la atenta mirada de
las féminas boquiabiertas.
Cuando un hombre a lo Danny Succo
se cruza contigo sueles pensar dos cosas.
La primera es: “Este hombre tiene que estar con la mujer más bella que
exista sobre la tierra”. Y la segunda: “Probablemente es un idiota engreído. No
puede tenerlo todo”.
Por desgracia, así de superficiales somos. Sorprendentemente Danny no tenía ni lo uno, ni lo otro. Era realmente agradable y su pareja era una chica del montón en cuanto a físico se refiere. No está bien prejuzgar antes de tiempo. Nos lo deberíamos de repetir cada día aunque a veces no seamos conscientes de ello.
La tarde transcurrió entre risas
escandalosas y miradas furtivas. Danny reunía todas las características para
hacer creer en el amor a primera vista a cualquier mujer escéptica. Danny era
la masculinidad personificada, con una risa grave y contagiosa, una bonita voz
propia de narrador de documentales y un inmejorable físico. Y para rematar
amable y educado. ¿Mr. Perfecto, tal vez?
Ya entrada la noche, a la luz de
la hoguera, entre miradas cómplices y cánticos ensordecedores, pude observar lo
enamorado que estaba de su pareja, a la que no dejaba de fotografiar a cada
instante con ojos especialmente vidriosos, como si quisiera inmortalizar cada
segundo que pasara con ella. A las tantas de la noche tras cinco intentos de
despedida, por fin nos dijimos adiós. Nadie quería volver a casa a pesar de ser
Domingo. Con gusto me hubiese quedado cerca del fuego con aquellas personas,
especialmente con él. Y confesaré que, siendo egoísta, no me hubiese importado
que el resto desapareciesen por un par de horas. Tras la última y verdadera
despedida, nunca más lo volví a ver.
Hace unos días, me relataron que
aquella relación entre Danny y su novia, que parecía perfecta, llegó a su fin
tras varios intentos de reflotarla. Él había sido el culpable de tal ruptura
tras ser infiel en repetidas ocasiones. No podía creerlo. Mientras vino a mí
una imagen de aquel galán conquistando mujeres con su risa provocadora, los
pelos de mi cuerpo se erizaron al unísono. ¿Dónde estaba aquella perfección que
me atreví a ver? Pero lo más inesperado es que la infidelidad no había sido con
una mujer, si no con alguien de su mismo sexo.
Me puse por unos instantes en la
piel de ella y en cómo se le habría venido el mundo encima al enterarse. Y acto
seguido, intenté dar una explicación a como se podía sentir él. Si la quería
como una amiga tanto que había llegado a confundirlo con otro sentimiento o si
había retenido durante un tiempo un conflicto interno y había sido un hipócrita.
A nadie le gustaría estar en ninguna de las situaciones.
Y así es la vida. La fachada no
nos da ni una ligera idea del interior de una vivienda. Lo que los demás vemos
en una pareja, no es lo que realmente acontece en la mayoría de los casos. Nada
es lo que parece.
Así que si esperas a alguien,
espera a tu reflejo como persona. O eso hacemos los exigentes. Pero no falles
al esperar a Mr. Perfecto/a. No te engañes. No existe.
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