Hoy, una vez más, me ha quedado
algo claro. La perfección no existe. Si pecas de ser perfeccionista, corres el
peligro de buscar la perfección en todos los aspectos de tu vida y no
encontrarla. En mi caso, antes solía serlo, y ahora quizás me he vuelto más
sensata. Aunque creas que el hombre o la mujer
perfectos existen, déjame decirte que no. Te puedes animar pensando que hay
alguien así para ti, aunque creo que te veras envuelto en un importante
embrollo.
Hace un tiempo ya, disfrutaba de
unos días en el campo con un grupo de amigos. En una enorme mesa, los veinte
que éramos cantábamos y bailábamos al son de la música en un hermoso y soleado
día. Todo trascurrió con serenidad desde el medio día hasta primera hora de la
tarde entre testimonios, café y bizcocho de naranja y chocolate.
Era un grupo estupendo, en el que
había gente con la que no había tenido la oportunidad de hablar en ocasiones
anteriores y dónde la conversación fluía animadamente. Una situación casi
perfecta que cambió a perfecta cuando apareció él. Llamémosle Danny. Siempre me
ha fascinado poner nombres en inglés a los personajes de mis historias.
Un coche desmedido apareció de
repente entre los frondosos árboles y se hizo un hueco en el llano.
Llevábamos
todo el día esperando al comensal número veintiuno, pareja desde hacía una década
de una de las chicas de la reunión. Ella era encantadora, y yo estaba segura de
que él no podía ser menos. Se abrió la puerta del
Mercedes-Benz azul eléctrico y bajó un hombre de casi dos metros de altura,
moreno, ojos negros penetrantes, tupé hacia atrás especialmente cuidado, de
excelente complexión e inmejorable estilo a la hora de vestir. No dejó
indiferente a ninguno de los presentes. Me recordó ligeramente a un joven John
Travolta en la película Grease, al bajarse de su coche ante la atenta mirada de
las féminas boquiabiertas.
Cuando un hombre a lo Danny Succo
se cruza contigo sueles pensar dos cosas.
La primera es: “Este hombre tiene que estar con la mujer más bella que
exista sobre la tierra”. Y la segunda: “Probablemente es un idiota engreído. No
puede tenerlo todo”.
Por desgracia, así de superficiales somos. Sorprendentemente Danny no tenía ni lo uno, ni lo otro. Era realmente agradable y su pareja era una chica del montón en cuanto a físico se refiere. No está bien prejuzgar antes de tiempo. Nos lo deberíamos de repetir cada día aunque a veces no seamos conscientes de ello.
La tarde transcurrió entre risas
escandalosas y miradas furtivas. Danny reunía todas las características para
hacer creer en el amor a primera vista a cualquier mujer escéptica. Danny era
la masculinidad personificada, con una risa grave y contagiosa, una bonita voz
propia de narrador de documentales y un inmejorable físico. Y para rematar
amable y educado. ¿Mr. Perfecto, tal vez?
Ya entrada la noche, a la luz de
la hoguera, entre miradas cómplices y cánticos ensordecedores, pude observar lo
enamorado que estaba de su pareja, a la que no dejaba de fotografiar a cada
instante con ojos especialmente vidriosos, como si quisiera inmortalizar cada
segundo que pasara con ella. A las tantas de la noche tras cinco intentos de
despedida, por fin nos dijimos adiós. Nadie quería volver a casa a pesar de ser
Domingo. Con gusto me hubiese quedado cerca del fuego con aquellas personas,
especialmente con él. Y confesaré que, siendo egoísta, no me hubiese importado
que el resto desapareciesen por un par de horas. Tras la última y verdadera
despedida, nunca más lo volví a ver.
Hace unos días, me relataron que
aquella relación entre Danny y su novia, que parecía perfecta, llegó a su fin
tras varios intentos de reflotarla. Él había sido el culpable de tal ruptura
tras ser infiel en repetidas ocasiones. No podía creerlo. Mientras vino a mí
una imagen de aquel galán conquistando mujeres con su risa provocadora, los
pelos de mi cuerpo se erizaron al unísono. ¿Dónde estaba aquella perfección que
me atreví a ver? Pero lo más inesperado es que la infidelidad no había sido con
una mujer, si no con alguien de su mismo sexo.
Me puse por unos instantes en la
piel de ella y en cómo se le habría venido el mundo encima al enterarse. Y acto
seguido, intenté dar una explicación a como se podía sentir él. Si la quería
como una amiga tanto que había llegado a confundirlo con otro sentimiento o si
había retenido durante un tiempo un conflicto interno y había sido un hipócrita.
A nadie le gustaría estar en ninguna de las situaciones.
Y así es la vida. La fachada no
nos da ni una ligera idea del interior de una vivienda. Lo que los demás vemos
en una pareja, no es lo que realmente acontece en la mayoría de los casos. Nada
es lo que parece.
Así que si esperas a alguien,
espera a tu reflejo como persona. O eso hacemos los exigentes. Pero no falles
al esperar a Mr. Perfecto/a. No te engañes. No existe.
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