“Hablar con un chico te ayuda a valorarte más”
“Desde que estoy con él ha subido mi autoestima” Ese tipo de frases lapidarias
hacen que me den ganas de coger una almohada y… ¡para qué acabar la frase!
Seguro que muchas veces habéis
oído ese tipo de comentarios. Yo sinceramente me pregunto ¿dónde está el fallo?
¿qué es lo que les falta a esas personas para darse cuenta de los dos
siguientes puntos?
Punto número uno: ¿De
verdad alguien te ayuda a valorarte?
Valorar-te. “Te” como pronombre personal, ya te está diciendo que tú
eres la única / el único que puedes conseguir apreciarte, quererte y aceptarte
como eres. Nadie va a hacerlo por ti.
Punto número dos: La
autoestima ya has de tenerla alta. Te debe de importar bien poco lo que diga el
resto de la gente de ti. ¿O es que si te empiezan a decir que no vales para
nada bajará? Si tú sabes que vales ¿para qué preocuparse? La autoestima no sube
y baja como las mareas.
No hace demasiado tiempo, una
chica que conozco desde hace un par de años, nos contaba al grupo de amigas
como fue la primera vez que compartió momentos íntimos con un chico. La mayoría
reían a carcajadas y hacían gestos sintiéndose totalmente identificadas con la
historia. Otras, observaban desde el silencio sin saber si participar o no en
la conversación. Y en mi caso, no sé si en mi cara se notó algo, pero estaba
alucinando, y diciendo para mi interior: Esto es una broma. ¿Así están
actualmente las cosas?
La chica en cuestión, la primera
vez que besó a un chico tenía 13 años. Fue en una discoteca, después de haber
estado bebiendo en la calle durante horas y además por una absurda apuesta, en
la que el chico, si no la besaba, tendría que invitar a copas a todo su grupo
de amigos la semana siguiente. ¡Claro que sí! ¡La situación idónea para besar a
alguien!
Para empezar, yo a los 13 años,
ni siquiera iba a las discotecas, seguía jugando a las Barbies. Aún recuerdo
cuando le corté el pelo a una de ellas y la gravedad no hizo el efecto que debía.
La gravedad y el pelo de las Barbies son dos cosas totalmente incompatibles. A
mis 13 años, hace más de una década, que se dice pronto, yo no hacía lo que
hacen las niñas de 13 años hoy en día. Ahora con esa edad ya no eres una niña,
estás entrando en una adolescencia bastante precoz para mi gusto. No sé si
podemos echarle la culpa a alguien o es que directamente no hay una explicación
a esta situación tan desconcertante. Padres, redes sociales, hermanos mayores,
amigos equivocados… ¿Cuál es la verdadera causa?
Un escritor al que aprecio mucho
señaló una vez: “Somos traumas de nuestra infancia. Eso es lo que somos.” Y
tenía toda la razón. Lo ideal sería que las personas que se sintiesen
identificadas con esa frase fuesen a buscar la raíz del problema. Pero, yo no
soy la más indicada para decirlo, no pretendo dar lecciones a nadie.
Es cierto que hubo una época en
la que me plantee que estudiar psicología no hubiese sido una mala opción. Mis
amigas siempre me llamaban para que les diese algún consejo en tema relaciones.
“¿Cómo puede ser eso?” Les preguntaba confundida. “¡Si yo soy la única que no
he tenido novio!” Ellas reían pero escuchaban todo lo que tenía que decirles y
después me llamaban de nuevo para darme las gracias. Ahí me di cuenta que si es
cierto que no se aprende por cabeza ajena, pero puedes evitar errar si la
teoría la tienes bastante clara y clasificada en algún lugar de tu cabeza.
A veces me he llegado a imaginar
en un enorme despacho, lleno de frases positivas en inglés reflejadas en
cuadros colgados de las paredes. Y flores, muchos ramos de flores en varios
jarrones a lo largo de la estancia. En un diván de color burdeos, los
pacientes, y a su espalda, una yo adulta tomando nota de todo lo que me parecía
interesante al ritmo de las bandas sonoras de películas emergentes del hilo
musical. Al finalizar todos salían sonriendo, por mis provechosas sugerencias,
y la sala de espera emanaba una atmósfera de fiesta de cumpleaños.
Mi profesión actual, no es que
diste mucho de la que alguna vez imaginé. Tiene una parte de psicología
bastante importante. Y siempre es un plus tener empatía con las personas. Es
una de las características que más valoro a la hora de conocer a alguien. Si
esa empatía va de la mano de la sinceridad, educación y simpatía, ya no hace
falta nada más.
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