martes, 28 de octubre de 2014

ESPERANDO A MR. PERFECTO

Hoy, una vez más, me ha quedado algo claro. La perfección no existe. Si pecas de ser perfeccionista, corres el peligro de buscar la perfección en todos los aspectos de tu vida y no encontrarla. En mi caso, antes solía serlo, y ahora quizás me he vuelto más sensata. Aunque creas que el hombre o la mujer perfectos existen, déjame decirte que no. Te puedes animar pensando que hay alguien así para ti, aunque creo que te veras envuelto en un importante embrollo.

Hace un tiempo ya, disfrutaba de unos días en el campo con un grupo de amigos. En una enorme mesa, los veinte que éramos cantábamos y bailábamos al son de la música en un hermoso y soleado día. Todo trascurrió con serenidad desde el medio día hasta primera hora de la tarde entre testimonios, café y bizcocho de naranja y chocolate.


Era un grupo estupendo, en el que había gente con la que no había tenido la oportunidad de hablar en ocasiones anteriores y dónde la conversación fluía animadamente. Una situación casi perfecta que cambió a perfecta cuando apareció él. Llamémosle Danny. Siempre me ha fascinado poner nombres en inglés a los personajes de mis historias. 

Un coche desmedido apareció de repente entre los frondosos árboles y se hizo un hueco en el llano. 

Llevábamos todo el día esperando al comensal número veintiuno, pareja desde hacía una década de una de las chicas de la reunión. Ella era encantadora, y yo estaba segura de que él no podía ser menos. Se abrió la puerta del Mercedes-Benz azul eléctrico y bajó un hombre de casi dos metros de altura, moreno, ojos negros penetrantes, tupé hacia atrás especialmente cuidado, de excelente complexión e inmejorable estilo a la hora de vestir. No dejó indiferente a ninguno de los presentes. Me recordó ligeramente a un joven John Travolta en la película Grease, al bajarse de su coche ante la atenta mirada de las féminas boquiabiertas.

Cuando un hombre a lo Danny Succo se cruza contigo sueles pensar dos cosas.  La primera es: “Este hombre tiene que estar con la mujer más bella que exista sobre la tierra”. Y la segunda: “Probablemente es un idiota engreído. No puede tenerlo todo”. 


Por desgracia, así de superficiales somos. Sorprendentemente Danny no tenía ni lo uno, ni lo otro. Era realmente agradable y su pareja era una chica del montón en cuanto a físico se refiere. No está bien prejuzgar antes de tiempo. Nos lo deberíamos de repetir cada día aunque a veces no seamos conscientes de ello.

La tarde transcurrió entre risas escandalosas y miradas furtivas. Danny reunía todas las características para hacer creer en el amor a primera vista a cualquier mujer escéptica. Danny era la masculinidad personificada, con una risa grave y contagiosa, una bonita voz propia de narrador de documentales y un inmejorable físico. Y para rematar amable y educado. ¿Mr. Perfecto, tal vez?

Ya entrada la noche, a la luz de la hoguera, entre miradas cómplices y cánticos ensordecedores, pude observar lo enamorado que estaba de su pareja, a la que no dejaba de fotografiar a cada instante con ojos especialmente vidriosos, como si quisiera inmortalizar cada segundo que pasara con ella. A las tantas de la noche tras cinco intentos de despedida, por fin nos dijimos adiós. Nadie quería volver a casa a pesar de ser Domingo. Con gusto me hubiese quedado cerca del fuego con aquellas personas, especialmente con él. Y confesaré que, siendo egoísta, no me hubiese importado que el resto desapareciesen por un par de horas. Tras la última y verdadera despedida, nunca más lo volví a ver.

Hace unos días, me relataron que aquella relación entre Danny y su novia, que parecía perfecta, llegó a su fin tras varios intentos de reflotarla. Él había sido el culpable de tal ruptura tras ser infiel en repetidas ocasiones. No podía creerlo. Mientras vino a mí una imagen de aquel galán conquistando mujeres con su risa provocadora, los pelos de mi cuerpo se erizaron al unísono. ¿Dónde estaba aquella perfección que me atreví a ver? Pero lo más inesperado es que la infidelidad no había sido con una mujer, si no con alguien de su mismo sexo.

Me puse por unos instantes en la piel de ella y en cómo se le habría venido el mundo encima al enterarse. Y acto seguido, intenté dar una explicación a como se podía sentir él. Si la quería como una amiga tanto que había llegado a confundirlo con otro sentimiento o si había retenido durante un tiempo un conflicto interno y había sido un hipócrita. A nadie le gustaría estar en ninguna de las situaciones.

Y así es la vida. La fachada no nos da ni una ligera idea del interior de una vivienda. Lo que los demás vemos en una pareja, no es lo que realmente acontece en la mayoría de los casos. Nada es lo que parece.


Así que si esperas a alguien, espera a tu reflejo como persona. O eso hacemos los exigentes. Pero no falles al esperar a Mr. Perfecto/a. No te engañes. No existe.

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