sábado, 11 de octubre de 2014

FRASES HABITUALES Y LAPIDARIAS

“Hablar con un chico te ayuda a valorarte más” “Desde que estoy con él ha subido mi autoestima” Ese tipo de frases lapidarias hacen que me den ganas de coger una almohada y… ¡para qué acabar la frase!

Seguro que muchas veces habéis oído ese tipo de comentarios. Yo sinceramente me pregunto ¿dónde está el fallo? ¿qué es lo que les falta a esas personas para darse cuenta de los dos siguientes puntos?

Punto número uno: ¿De verdad alguien te ayuda a valorarte?  Valorar-te. “Te” como pronombre personal, ya te está diciendo que tú eres la única / el único que puedes conseguir apreciarte, quererte y aceptarte como eres. Nadie va a hacerlo por ti.

Punto número dos: La autoestima ya has de tenerla alta. Te debe de importar bien poco lo que diga el resto de la gente de ti. ¿O es que si te empiezan a decir que no vales para nada bajará? Si tú sabes que vales ¿para qué preocuparse? La autoestima no sube y baja como las mareas.

                                                   

No hace demasiado tiempo, una chica que conozco desde hace un par de años, nos contaba al grupo de amigas como fue la primera vez que compartió momentos íntimos con un chico. La mayoría reían a carcajadas y hacían gestos sintiéndose totalmente identificadas con la historia. Otras, observaban desde el silencio sin saber si participar o no en la conversación. Y en mi caso, no sé si en mi cara se notó algo, pero estaba alucinando, y diciendo para mi interior: Esto es una broma. ¿Así están actualmente las cosas?

La chica en cuestión, la primera vez que besó a un chico tenía 13 años. Fue en una discoteca, después de haber estado bebiendo en la calle durante horas y además por una absurda apuesta, en la que el chico, si no la besaba, tendría que invitar a copas a todo su grupo de amigos la semana siguiente. ¡Claro que sí! ¡La situación idónea para besar a alguien!

Para empezar, yo a los 13 años, ni siquiera iba a las discotecas, seguía jugando a las Barbies. Aún recuerdo cuando le corté el pelo a una de ellas y la gravedad no hizo el efecto que debía. La gravedad y el pelo de las Barbies son dos cosas totalmente incompatibles. A mis 13 años, hace más de una década, que se dice pronto, yo no hacía lo que hacen las niñas de 13 años hoy en día. Ahora con esa edad ya no eres una niña, estás entrando en una adolescencia bastante precoz para mi gusto. No sé si podemos echarle la culpa a alguien o es que directamente no hay una explicación a esta situación tan desconcertante. Padres, redes sociales, hermanos mayores, amigos equivocados… ¿Cuál es la verdadera causa?

Realmente me lo pregunto a mi misma en muchos momentos, pero sé que no tiene sentido hacerlo. Yo viví mi niñez y adolescencia y lo hice lo mejor que pude. Jamás me dejé llevar por nadie a la hora de empezar a fumar o adquirir otro tipo de vicios algo más dañinos que ése en concreto. Y eso, es obvio que se ha reflejado en mi forma de ser futura.


Un escritor al que aprecio mucho señaló una vez: “Somos traumas de nuestra infancia. Eso es lo que somos.” Y tenía toda la razón. Lo ideal sería que las personas que se sintiesen identificadas con esa frase fuesen a buscar la raíz del problema. Pero, yo no soy la más indicada para decirlo, no pretendo dar lecciones a nadie.

Es cierto que hubo una época en la que me plantee que estudiar psicología no hubiese sido una mala opción. Mis amigas siempre me llamaban para que les diese algún consejo en tema relaciones. “¿Cómo puede ser eso?” Les preguntaba confundida. “¡Si yo soy la única que no he tenido novio!” Ellas reían pero escuchaban todo lo que tenía que decirles y después me llamaban de nuevo para darme las gracias. Ahí me di cuenta que si es cierto que no se aprende por cabeza ajena, pero puedes evitar errar si la teoría la tienes bastante clara y clasificada en algún lugar de tu cabeza.

A veces me he llegado a imaginar en un enorme despacho, lleno de frases positivas en inglés reflejadas en cuadros colgados de las paredes. Y flores, muchos ramos de flores en varios jarrones a lo largo de la estancia. En un diván de color burdeos, los pacientes, y a su espalda, una yo adulta tomando nota de todo lo que me parecía interesante al ritmo de las bandas sonoras de películas emergentes del hilo musical. Al finalizar todos salían sonriendo, por mis provechosas sugerencias, y la sala de espera emanaba una atmósfera de fiesta de cumpleaños. 

Mi profesión actual, no es que diste mucho de la que alguna vez imaginé. Tiene una parte de psicología bastante importante. Y siempre es un plus tener empatía con las personas. Es una de las características que más valoro a la hora de conocer a alguien. Si esa empatía va de la mano de la sinceridad, educación y simpatía, ya no hace falta nada más. 

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