sábado, 18 de octubre de 2014

LOS ESCARABAJOS VUELAN AL ATARDECER

Las tardes de otoño pasan con una rapidez escalofriante, sin embargo no echo de menos el cambio horario para el que quedan dos semanas escasas. Hoy ha llovido todo lo que no ha llovido en los pasados meses. Una nube negra cerraba el cielo, y no se distinguía entre el agua del mar y la enorme nube sombría. Son tardes en las que te apetece salir al porche de casa y admirar los destellos violáceos de los relámpagos en el horizonte, arañando el mar.

Desde hace un tiempo, cuando me da por pensar la siguiente frase: “Esto es uno de los grandes placeres de la vida”, me respondo rápidamente a mi misma: “No dejes de hacerlo”. Y lo hago. En ese momento o en el que se me dé la oportunidad. Así que hoy, he sustituido mi Earl Grey por un té English Breakfast, aunque me encontrase en horario de merienda y no de desayuno, y no he dudado en sentarme en un cómodo sillón del soportal de madera que da al jardín, mientras se me aceleraba el corazón cada vez que veía un relámpago o escuchaba un trueno.

Hace unos días informándome sobre mi nuevo hábito saludable, el running, leí que las carreras nunca se suspenden cuando las condiciones meteorológicas son desafortunadas. Y por ello, es mejor que no dejes tu entrenamiento los días de lluvia, porque así, cuando llegue el día que tengas que correr 8 kilómetros junto a 25.000 personas, no te pillará de sorpresa, y será un factor más que tengas controlado. Si ya sabes lo que se experimenta al correr en un día lluvioso, será un escalón menos que tengas que subir en día del juicio final, en el que los nervios ya tienen un papel bastante importante.

Con el té en mano, casi a temperatura de lava volcánica, volvió a mi cabeza aquella reflexión: “No importa lo pausado que te encamines, lo importante es seguir avanzando” y de repente, un escarabajo volador, característico de los días de lluvia, pasó frente a mí y abandonó el porche sin hacer escala en el área de resguardo, para ponerse a revolotear bajo la lluvia. Lo observé desconcertada durante un par de minutos. Tan pronto colisionaba contra el suelo como emprendía el vuelo de nuevo a pesar de la enorme cantidad de agua que caía sobre su diminuto cuerpo.

Inesperadamente, tres escarabajos más volvieron a pasar por delante de mí para agregarse a su compañero en esa danza bajo la lluvia que parece ser que sólo ellos entendían. Los imaginé cantando “Singin´ in the rain” como Gene Kelly en aquella grandiosa película de los 50. Demasiada imaginación la mía.

Parece ser que mi repentina risa provocó que más de una decena de nuevos escarabajos se unieran al baile. El sonido de los tropiezos contra el pavimento mezclado con el tintineo de la lluvia, el tronar de la tormenta y el arremeter de las olas contra el espigón, me hicieron darme cuenta lo importante que es disfrutar de esos momentos únicos.

Debajo de las flores del campanero, tres abejas tarareaban un nuevo cántico de flor en flor y nada más acabar el té, me levanté de un salto. ¿Por qué yo no? Corrí a la habitación, me calcé los zapatos de deporte, me puse un top y unas mallas y no olvidé mi nuevo cortavientos impermeable, aún a estrenar. Subí la capucha y eché a correr.

Por el camino me crucé con una cuadrilla de escarabajos que parecían estar buscando el punto de encuentro del guateque. Lo estábamos pasando genial. Tal vez debí haberlos indicado.

Activé mi gps y sustituí el ya lejano “Singin´in the rain” por la música motivadora de mi reproductor, a medida que iba aumentando el kilometraje. En ese preciso momento, no hay nada que importe más de lo que estás haciendo. Correr. Los pequeños o grandes problemas de tu alrededor desaparecen y te sientes una minúscula alma llena de libertad desafiando a la tormenta. Te sientes como esos escarabajos volando al atardecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario